Eduardo Marisca | 08 Jun 2020
Me he pasado los meses de la cuarentena escribiendo poemas, algo que no hacía desde hace más de diez años. Desde hace varias semanas vengo escribiendo poemas cortos cada día, y además me dio por empezar a compartir uno cada día a través de mi cuenta de Instagram. Ha sido un viaje de muchos altos y bajos emocionales — no solo por estar escribiendo sobre el encierro y las emociones, recuerdos y nostalgias que vienen con él, sino porque ha sido un proceso de reconciliarme como una persona que escribe, que escribe además poemas, y que los comparte. Cuando he empezado a hacer esto he aprendido mucho sobre mí mismo y sobre cómo funciona, creo, la creatividad en el mundo.
Luego de darle vueltas y dudarlo mucho, he decidido hacer algo interesante con ellos. Esta es la historia de cómo surgieron estos poemas, en qué se están convirtiendo, y por qué he querido hacer algo con ellos.
Las últimas semanas han sido difíciles para todos. Para mí fueron especialmente complicadas: los primeros días de la cuarentena en el Perú fueron, a su vez, los últimos días de mi papá. Fueron los días más raros y difíciles de los que tengo recuerdo. Fueron también los días en los que empecé a escribir de nuevo, para tratar de hacer sentido de lo que estaba pasando. Luego de unos días tenía una serie de poemas que fueron muy duros de escribir y también bastante duros de leer. Pero me sentía cómodo con ellos. Lograban capturar una cierta confusión abrumadora, la confusión por estar experimentando en primera persona el fin del mundo.
Esos poemas se convirtieron en Salas de espera, una colección de poemas sobre el duelo que publiqué como un artefacto digital que diseñé y desarrollé yo mismo, inspirado por un lado por el Shintoísmo y una serie de elementos culturales y de diseño japoneses — una celebración de lo ritual, una contemplación de la impermanencia pero también una valoración del momento presente — y por otro lado por la filosofía griega del estoicismo.
Publicarlos fue extraño. Eran algo muy personal, pero al mismo tiempo se sentía mal tenerlos guardados. Quería que estuvieran en el mundo, pero querer eso en medio de una cuarentena no dejaba muchas opciones disponibles. Publicarlos en un artefacto digital fue un buen punto medio: una manera de dejarlos libres que me daba mucho control sobre la experiencia, el diseño, la presentación, y me daba la libertad de publicarlos en el momento que a mí me pareciera correcto.
Y publicarlos se sintió como lo correcto.
(Entre los poemas que conforman Salas de espera está Azrael, que es, para mí, la cosa más bonita que creo haber escrito de todas las que recuerdo.)
Algunos poemas que empezaron a salir por esos días no encajaban del todo con el tono de Salas de espera. Eran también reacciones a la cuarentena, al encierro, a la pandemia, pero eran distintos. Y empezaron a salir más. Muchos más. Y siguieron saliendo. Durante buena parte de la cuarentena me la he pasado escribiendo poemas todos los días, y ha sido una de las cosas que me ha mantenido más de este lado de la cordura que del otro.
Se trata de una larga serie de poemas cortos — algunos de un solo verso — que capturan lo errático de los últimos meses. Algunos son más graciosos, esperanzadores, otros son más bien desganados, cansados, desilusionados. Hay de todo, como ha habido de todo. Están marcados por una especie de nihilismo optimista que debo confesar me divierte.
Los poemas se convirtieron en terapia. Y luego en ejercicio. Se volvió una gran manera de ejercitar el músculo, pero también de enfrentarme con mis propios demonios creativos: obligarme a seguir escribiendo aún en los días en que todo se sentía mediocre, obligarme a compartir todos los días incluso en aquellos en que me sentía más inseguro. Obligarme a seguir aunque se acabara la gasolina, aunque sintiera que todo lo que escribía era insufrible, aunque una voz interna me dijera que quién era yo para venir a escribir poemas y pretender que a alguien más le importaran.
He acumulado hasta el momento 375 poemas cortos, y sigo escribiendo más cada día. Voy a seguir escribiendo y compartiendo estos poemas hasta el 30 de junio, cuando (al menos hasta donde sabemos) termina oficialmente la cuarentena. He empezado a pensar en ellos como una segunda colección, una colección de postales que llegan desde el otro lado del fin del mundo, una reacción inmunológica ante el apocalipsis: una colección que llevará el nombre Postales desde Melmac.
“¿Desde cuándo escribes poemas?”, me preguntaron en algún momento. Respondí que lo había hecho hacía mucho tiempo, pero que lo había dejado sin saber bien por qué ni cómo. “¿Y no tienes ninguno de los poemas de cuando escribías?”
Después de un poco de huaqueo entre correos antiguos y archivos adjuntos, recuperé un tercer grupo de poemas, escritos hace más de diez años durante un viaje a Brasil. Los leí después de mucho tiempo, y se sintieron ajenos, distantes. Como si fueran las palabras de otra persona, porque claro, son las palabras de otra persona. Se sentían más inmaduros, incompletos. Volátiles.
Pero eran poemas que también procesaban una pérdida, una transformación — y en eso seguían sintiéndose vigentes. Una pérdida diferente: el final de una relación, el final de una etapa de la vida, y una búsqueda maniática por encontrar un nuevo punto de partida, un nuevo punto de fuga que le dé sentido a la composición como un todo. Era el momento de estar un poco perdido y los poemas eran una manera de rendir homenaje a una vida que se iba. Quizás por eso fue que escogí ponerles de nombre Funerales, y quizás por eso es que se leen casi como el acompañamiento a unos ritos fúnebres.
Hace unos días decidí publicar estas tres colecciones de poemas — Funerales, Salas de espera, y Postales desde Melmac — como una trilogía que explora desde diferentes perspectivas la relación entre el cambio y la pérdida. Las tres colecciones son distintas maneras de reaccionar a múltiples tipos de cambio, y las tres se suman mucho entre sí al mismo tiempo que cada una tiene su propia personalidad. Representan una cierta armonía, pero cada una es una colección independiente. Inspirado por la trilogía Qatsi de Godfrey Reggio, estoy imaginando publicar estas tres colecciones como una trilogía bajo el nombre de Mutatis Mutandis, que en latín significa, gruesamente, “cambiando lo que tenga que ser cambiado”.
He decidido publicarlos porque cuando he empezado a compartirlos he empezado a recibir respuestas increíbles. De vez en cuando recibo un mensaje de alguien diciéndome que tiene un favorito, o tengo una conversación donde alguien me hace una referencia a algo que escribí. Gente que me dice que uno u otro le resonó un montón, o que me dice que no los entiende pero que les encanta leerlos.
De lejos la más importante de las reacciones que he recibido es la de gente que me dice que ver que publicaba poemas los inspiró a empezar a compartir algo que siempre se habían guardado. Publicar algo creativo es como un salto al vacío: no tienes idea si del otro lado habrá sonrisas o si habrá burlas. No tienes idea. Eso es lo que yo he estado sintiendo y procesando todas estas semanas. Es difícil. Pero cuando ves que alguien más ya lo está haciendo, que se logra y no se acaba el mundo, te dan más ganas. Y lo intentas.
Son esas reacciones las que terminaron de empujarme a publicar esto, y dejar de pensar tanto si son buenos o malos, si tengo o no la autoridad moral o el derecho a escribir. Estoy haciendo un esfuerzo por que esas cosas dejen de importarme tanto. Quiero publicarlos porque quiero que estén en el mundo, publicarlos como objetos físicos porque quiero que tengan una cierta materialidad. Y porque quizás así alguien se encuentre con ellos y se sienta un poco más confiado de hacer lo suyo y compartirlo con el mundo.
Mutatis Mutandis va a ser una edición limitada, artesanal (por no decir precaria), donde yo mismo me encargaré de los textos, el diagramado, el diseño, la impresión, la promoción, la distribución, la contabilidad, y donde anticipo que haré mal la mayoría de todas esas cosas, pero aprenderé en el camino — y en esto yo mismo he sido inspirado especialmente por ver de cerca el viaje de Jimena Salinas con Retratarlas y haber tenido la suerte de aprender de su experiencia.
Espero que la trilogía esté lista en las próximas semanas, aunque en medio de una pandemia global es difícil hacer predicciones. Serán tres pequeños volúmenes en tapa blanda, combinando principalmente poemas con algunos textos que los acompañen y les den un poco más de contexto. Me ayudaría enormemente, si has llegado hasta aquí y te interesaría adquirirla cuando esté lista, que me dejes tu información para poder contactarte en unas semanas — y, también, para hacerme una idea de cuántas copias sería razonable imprimir.
Y esa es la historia de cómo me pasé la cuarentena escribiendo poemas.
Hola, soy Eduardo Marisca
Soy investigador y diseñador de medios digitales basado en Lima, Perú. Puedes conocer más sobre mí, o seguirme en Twitter o Instagram.